Elogio del taller

Target Lifts

Photo courtesy of Targets Lifts

Entendemos el taller en su doble significado, como un espacio físico, un “lugar en que se trabaja una obra de manos”, y también, como un espacio de aprendizaje, en el que en torno a un maestro los colaboradores adquieren el oficio.   

El taller, bien sea de reparación de ordenadores, automóviles o aires acondicionados, pintura o artesanía, puede vivir un renacimiento si de un lado incorpora avances organizativos y tecnológicos y de otro vuelve a sus raíces.

Parafraseando el texto que escribió Miguel de Unamuno hace más de un siglo, frente a los titulares que suelen ocupar las grandes empresas, existe una masa silenciosa de empresarios y trabajadores “que se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna”. Los talleres forman parte de la intrahistoria de nuestras economías y vivimos un momento en el que pueden volver a recuperar una posición central.

Como espacio físico, los talleres han pasado de ser sitios oscuros, en los que el suelo se oculta bajo varias capas de grasa, los materiales se almacenan desordenados y oficinistas ocupan cubículos minúsculos llenos de papeles, a ser lugares luminosos, impecablemente pintados, con cómodas salas, y donde se percibe una buena organización.  

La transformación digital, hoy al alcance de todos, llega a los talleres que saben renovarse, no para desnaturalizar su actividad, sino para permitirles centrar la atención en lo que saben hacer bien. Los retos de la digitalización para las pymes, como reclama SMEUnited, necesitan de un apoyo institucional para garantizar que la infraestructura digital llega a todos, que los estándares técnicos y comerciales son justos y que se facilitan los recursos formativos y financieros necesarios.

En los propios locales físicos, la eficiencia en la gestión de almacenes deja paso a espacios abiertos en los que ahora hay puestos de formación conectados a internet, pantallas informativas, equipamiento de diagnósticos, y en los que, en un futuro próximo, la carga de vehículos eléctricos y la robótica serán un elemento más.

Como una extensión del taller deberíamos considerar también otros espacios en los que trabajan los técnicos de instalación y mantenimiento. Dentro de los edificios, por ejemplo, los huecos de los ascensores o sus cuartos de máquinas, que en aras de la búsqueda del último metro cuadrado útil son cada vez menos habituales, por tener mayores riesgos de seguridad, se deben aplicar con más intensidad los conceptos de limpieza, pulcritud y organización. Evitemos entre todos considerar los fosos de los ascensores como basureros de la comunidad, marquemos bien los espacios de seguridad, obliguemos a blanquear las paredes del hueco para incrementar la luminosidad y no convirtamos los cuartos de máquina en trasteros.

En cuanto al taller como espacio de aprendizaje, la división del trabajo y la complejidad del mercado ha diluido el antiguo papel del maestro y ha creado especialistas funcionales (técnico, administración, comercial, compras…) que actúan bajo criterios distintos y la mayoría de las veces poco coordinados.

El gerente del taller debe estar a la altura de las circunstancias y, mediante el dominio de su propia maestría, fomentar el buen oficio de cada uno de sus trabajadores y favorecer la entrada y formación de aprendices. En torno al concepto del buen oficio y la ética en el trabajo, esa vuelta a las raíces, los talleres pueden competir con otras organizaciones que, estando más industrializadas, pierden con facilidad el contacto con la realidad.

Nunca en la historia, el conocimiento y la tecnología habían sido tan accesible a todos. Las innovaciones y nuevas metodologías de organización, simplificadas y siempre tamizadas por el sentido común, son una herramienta más entre los útiles de trabajo del taller, tan importantes como lo fueron en su día el yunque y el martillo. 

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