Tradicionalmente la actividad de lobby o de grupos de presión la realizaban las grandes corporaciones que disponían de medios económicos y humanos suficientes. El poder político y el poder económico han ido de la mano y la legislación acaba favoreciendo los intereses mutuos.
La globalización, que cogió velocidad de crucero en la década de los noventa, acentuó esta dinámica e influyó de manera decisiva en la situación en la que hoy nos encontramos: descontento generalizado en la sociedad por la connivencia entre ambos poderes y por su incapacidad de resolver los retos políticos y sociales.
La reacción ante los excesos la tenemos ya en forma de nacionalismos y provincianismos varios y en el desencanto general con los representantes políticos.
Entre la globalización sin límites y el nacionalismo excluyente, hay un punto intermedio al que urge dotar de contenido, la integración regional, cuyo paradigma mundial, por los años de existencia, lo representa la Unión Europea.
Ya todo el mundo sabe que es en Bruselas donde se toman las decisiones que acabarán afectando al día a día de todos los ciudadanos. Por el fracaso del modelo de toma de decisiones basado preferentemente en la influencia de las grandes corporaciones, las instituciones a nivel europeo parecen estar hoy más abiertas y receptivas a integrar a otros colectivos, como las pymes.
El reforzamiento de la economía local es una de las claves sobre el que fundar el sistema económico del futuro. Los poderes públicos deben hacer todo lo necesario para que el tejido económico local sea cada vez más fuerte, favoreciendo el acceso a la toma de decisiones y a las tecnologías más avanzadas.
En nuestra industria, el movimiento asociativo liderado por EFESME y por organismos como el SBS llevan años trabajando para que la voz de las pymes se escuche en las más altas instituciones europeas.
En cierta forma, y con muchas diferencias entre sí, me recuerda al movimiento de estudiantes que un día hizo posible el programa de intercambio universitario Erasmus del que a día de hoy ya han disfrutado millones de estudiantes y en el que tuve el enorme privilegio de participar.
Mientras llega la ansiada democratización de las instituciones europeas, desde los sectores de la sociedad civil debemos trabajar para incrementar nuestra influencia sobre los decisores, los mal llamados tecnócratas, que, en su inmensa mayoría, no son más que ciudadanos con una vocación honesta de servicio público.
No nos equivoquemos, el futuro dependerá de nosotros, de la suma de nuestros pequeños esfuerzos. Al igual que hace treinta años, siento que colaborar con el reto europeo nos puede hacer a todos más grandes, más fuertes y más preparados para los grandes desafíos que aún quedan por llegar.
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