El negocio de las certificaciones

Sin duda el negocio de las certificaciones es uno de los sectores de servicios que más ha crecido en los últimos 30 años. Las certificaciones se extienden a cualquier parcela de nuestra vida.

Desde el título que obtuvimos en el último curso de formación que hicimos, hasta el vino con certificado de origen que bebemos en un restaurante con dos tenedores. Desde la casa en la que vivimos (certificación energética) hasta el edificio en el que trabajamos (certificados de sostenibilidad).

La complejidad y la globalización de nuestra economía justifican el crecimiento de certificaciones, públicas o privadas, que garantizan que un producto o servicio cumple con unos estándares y que aportan credibilidad a la empresa que los ofrece.

Quizás, en cierto sentido, el incremento de certificaciones es proporcional a la pérdida de confianza entre los agentes económicos. Esto suele pasar cuanto más distanciamiento hay entre el cliente y sus proveedores, o también pasa a veces cuando hay temor por parte del decisor a futuras responsabilidades derivadas de sus decisiones.

Pero no todas las certificaciones son iguales. Hay certificaciones obligatorias y certificaciones voluntarias. Las primeras son necesarias para garantizar unos mínimos de seguridad y hay que exigir transparencia y un estricto cumplimiento de códigos éticos para evitar la colusión de intereses públicos y privados (un buen ejemplo es la reciente noticia de la lamentable connivencia entre la EPA y Monsanto).

Entre las certificaciones voluntarias, están aquellas que sirven para acceder a ciertos mercados (concursos público, licitaciones privadas,….) y las certificaciones que nos ayudan, como persona o como empresa, a recorrer un camino de mejora.

Por ultimo, también podríamos distinguir aquellas certificaciones que deciden entidades externas e independientes o las certificaciones que deciden los propios consumidores, por ejemplo, las que ofrecen, a modo de calificaciones, organizaciones como TripAdvisor.

Aparte de las certificaciones de obligado cumplimiento, que hay que cumplir en cualquier caso, elegiría aquellas certificaciones que, de la mano de especialistas con experiencia, nos ayudan a recorrer caminos de mejora, y también me quedaría con las “certificaciones” que aportan los propios clientes.

Me quedaría sobre todo con ámbitos en los que las certificaciones (salvo las obligatorias) no hacen falta para nada. Por ejemplo, el de una economía local, en la que todos se conocen, en la que cada uno se construye, día tras día, su propia credibilidad y reputación, y en la que la mejor certificación es la recomendación que le da a tu cliente su buen amigo.

Por tanto, exijamos transparencia para los procesos de certificación, pidamos preparación para los certificadores que nos ayudan a mejorar, y trabajemos por una credibilidad que es imposible de certificar: la credibilidad que surge de nuestras acciones y que, sin buscar reconocimiento, hacemos, momento a momento, con dedicación y entrega.

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